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Escuelas sin aulas, aulas sin escuelas

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Rosa María Torres

Foto: UNICEF Mozambique

Maputo, Mozambique.- La escuela pública a la que me llevan de visita es un edificio antiguo, grande, parcialmente destruido por la guerra y actualmente en refacción. Entretanto, las clases transcurren afuera, en los espacios que separan un pabellón de otro, espacios de suelo arenoso, salpicados con grandes árboles de acacias. Son precisamente los árboles los puntos que ayudan a montar el escenario escolar a la intemperie: las clases se organizan alrededor de los árboles, que sirven al mismo tiempo de sombra y de soporte para arri­mar o colgar el pizarrón, como sucede con tantas escuelas en Africa, en Asia y también en América Latina y el Caribe.

Grupos numerosos de niños - cabecitas negras y rizadas de diversas edades - forman un enjambre alrededor de cada árbol y de cada profe­sor o profesora. Las aulas, en definitiva, se han trasladado afuera, separadas entre sí con tabiques invisibles. La escuela entera funciona afuera de la escuela.

La única mesa es la del profesor, que sobresale como un mástil en un mar de cabezas y rodillas. Para los alumnos, el suelo raso es el asiento; los muslos sirven de mesa para colocar el libro y escribir sobre el cua­derno. La clase al aire libre sigue la misma rutina de la clase entre paredes: niños y niñas levantando la mano, coreando la lectura, repitiendo en voz alta respuestas y consignas, pasando a la pizarra, tomando dictado o copiando lo escrito por el profesor. Si los profesores tuvieran otras condiciones, otros referentes, otras libertades, posiblemente podrían hacer mejor e incluso diferente ...

Según los niños y profesores con los que converso, la temperatura debajo de los árboles es más agradable que dentro del edificio, donde no hay (ni habrá) aire acondicionado. Asimismo, los alumnos dicen que no se sienten incómodos en el suelo: hay espacio, pueden estirar las piernas y cambiar de posición cuando desean. Los pupitres son incómodos y las aulas están abarrotadas. 

Mientras voy pasando por los distintos grupos, una idea clara empieza a tomar forma en mi cabeza: la engañosa distinción entre educación "dentro" y "fuera" de la escuela, "escolar" y "extra-escolar", "formal" y "no-formal". Para la ideología educativa dominante, educación equivale a escuela y escuela - primordialmente - a infraestructura. Todo lo que se hace fuera del ámbito escolar es considerado "educación no-formal". No obstante, es claro que la distinción adentro/afuera no dice por sí misma nada acerca del tipo, la calidad y la orientación de la educación. Mala o buena educación, reproductora o transformadora, puede darse tanto adentro como afuera. Afuera puede crearse un ambiente más agradable y conducente al aprendizaje que adentro. Y al revés: afuera pueden inventarse muros mientras que adentro hay quienes logran derrumbar las paredes, abrir puertas y ventanas, convertir los pupitres en aviones.

Mientras recorro el lugar, repaso mentalmente una vieja certeza: no se requieren ni escuelas ni aulas para hacer educación e incluso para hacer buena educación. Millones de niños y jóvenes en Africa y en todo el mundo se quedan sin estudiar, víctimas de una comprensión absurda de lo que es la educación, según la cual resultan más importantes los materiales de construcción que los materiales de estudio, el mobiliario que la pedagogía, el aula que el profesor.

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